lunes, 18 de mayo de 2009

Pocas luces

Esta entrada pertenece al apagón que sufrió Tenerife el día 26 de marzo del 2009.

Estaba yo descargándome el último capítulo de Lost, chateando alegremente y refrescando cada dos minutos la página de inicio de Facebook –vamos, una mañana de jueves normal- cuando, de repente, se va la luz.

Me quedé en estado de shock y sin reaccionar durante algunos segundos en los que mi mente y mis sentidos dejaron de funcionar. En medio del bloqueo empecé a escuchar la voz de mi padre, a lo lejos, que me llamaba. Era un sonido muy tenue que se oía a lo lejos y retumbaba en mi mente. En realidad era que estaba gritándome desde el piso de arriba: “Ignacio, ¿se fue la luz?”

“¿Por qué piensas eso Papá?” – dije yo. Cuando se acercó a donde yo estaba le espeté: “¿Quizás sea, Papá, por el hecho de que se hayan apagado todos los aparatos eléctricos de la casa, no funcione ningún interruptor y los enchufes no den energía?”

La mezcla de tristeza y humillación en la cara de mi padre hizo que me avergonzara de mi reacción y le pidiera disculpas inmediatamente. “Lo siento Papá, uso el sarcasmo como mecanismo de defensa en las situaciones límite como ésta” - le dije tratando de reconfortarle.

Ahora es momento de mantener la calma y pensar con claridad, pensé. “Organicémonos”, le comenté a mi padre. “Ve a llamar a Unelco mientras yo compruebo una vez más los plomos”

Segundos después yo subía y bajaba los plomos como un poseso, mientras mi padre me decía que lo dejara, que había llamado a Unelco y que le habían dicho que era un apagón general en toda la isla. “Déjalo ya Ignacio”, gritaba mi padre mientras yo seguía subiéndolos y bajándolos desesperadamente. La escena parecía la típica película americana de un hospital en el que el médico sigue haciendo maniobras de reanimación aunque el aparato que hace beep beep dejó de hacerlo y quedó con una linea plana desde hacía minutos. “Doctor Sheldrake, déjelo ya, apártese, lo hemos perdido” - “No! Carguen los desfibriladores a potencia máxima una vez más! Noooooo!”

Una vez mi padre consiguió arrancarme del panel eléctrico (no sin esfuerzo), caí de rodillas al suelo, sollozando. En ese momento dejé a un lado todo egoísmo –aunque siguiera jodiéndome sobremanera haber dejado a la mitad la descarga del último capítulo de Lost- y empecé a pensar en esas pobres gentes que estaban sufriendo tanto o más que yo con el apagón: Los pasajeros del tranvía, quienes tendrían que ir caminando o incluso coger una guagua y llegarían antes a su destino, con lo molesto que es llegar con antelación a los sitios. Los que hubieran quedado atrapados en las escaleras mecánicas del Corte Inglés o Carrefour, que tendrían que esperar a que volviera la luz o a ser rescatados. (Ah no, ahora que lo pienso, las escaleras mecánicas son de las pocas cosas eléctricas que sin electricidad mantienen utilidad: pasan a ser escaleras normales). La gente con vitrocerámica, que no comerían caliente. Los pobres desdichados con termo eléctrico que se tendrían que dar duchas frías. Los funcionarios, que tendrían que jugar al solitario con una baraja de verdad…

Pero bueno, no todo tenía por qué ser malo. La conexión a Internet de mi BlackBerry funcionaba perfectamente y quise pensar en positivo y ver qué podía hacer sin electricidad. Tras darme cuenta de que estando soltero no hay nada interesante que hacer sin electricidad, me volvió a dar un ataque de ansiedad, máxime cuando comprobé que a mi móvil se le estaba acabando la batería. Decidí actuar con sensatez y raudo cogí el cargador y me dispuse a ir al Hospital donde, como tiene generador de emergencia, podría cargarlo en cualquier enchufe. Me las prometía muy felices y parecía que, por fin, todas mis cotizaciones a la Seguridad Social iban a estar justificadas pero, para mi desgracia, la puerta del garaje de mi casa no funcionaba, con lo que tuve que descartar la idea.

Además, como persona analítica y racional que soy, deduje que el hecho de que la puerta del garaje tampoco funcionara, tenía que significar algo. Dios no quería que saliese de mi casa. Sí amigos, Dios. A pesar de ser ateo, en los momentos de vida o muerte me aferro a su existencia para que las cosas tengan sentido.

Como decía, el hecho de que la puerta no funcionara quizás escondía un mensaje y entonces empecé a plantearme cuál de estas dos razones que asaltaban mi mente sería la más lógica y plausible: 1) En realidad todo se trataba de un brote vírico originado en Caletillas, que transformaba a los infectados en zombies que iban destruyéndolo todo a su paso en busca de cerebros que devorar y de los que alimentarse (si en vez de en Caletillas el brote hubiera estallado en el Parlamento, el contagio hubiera quedado en nada por inanición de los portadores). 2) Se trataba de un ataque terrorista islámico contra la central eléctrica. Probablemente una célula de San Isidro quienes, indignados por mi vídeo de Pachá San Isidro, decidieron golpear donde más me dolería.

En cualquier caso lo mejor sería quedarme en casa asegurando puertas y ventanas y hacer lo que cualquier persona sensata haría en esta situación: aprovechar la batería de mi portátil para escribir el que muy probablemente podría ser mi último post, éste. Confiando en que sea un simple apagón y poderlo colgar en Facebook y mi blog cuando vuelva o, si mis temores se confirman y se trata del Fin de los Días, que alguna civilización extraterrestre o venidera encuentre este mi legado y lo postee.

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